Tere Vallejo
El año 1968 es recordado como un hito en la historia moderna de México. Las movilizaciones estudiantiles que sacudieron al país, particularmente en la Ciudad de México, marcaron un punto de inflexión en la relación entre el Estado y la sociedad civil, evidenciando las tensiones que se habían acumulado durante años de autoritarismo.
Lo que comenzó como una protesta local rápidamente se transformó en un movimiento social masivo, revelando una sociedad cansada de la represión, la falta de libertades y la corrupción gubernamental.
Los estudiantes, principalmente de instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN), se alzaron en contra de un régimen que no toleraba el disenso.
Las demandas que estos jóvenes presentaron eran sencillas, pero profundas: entre ellas, el respeto al reclamo y la movilización social, la disolución del cuerpo de granaderos (un grupo policial especializado en la represión de protestas) y el cese de la represión hacia la ciudadanía.
Estas exigencias iban más allá de lo meramente estudiantil; se trataba de un llamado a la democratización de un país que, desde hace tiempo, se encontraba bajo el control férreo del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Este partido había gobernado con mano de hierro, concentrando el poder y sofocando cualquier intento de cambio.
Para muchos, las marchas de 1968 representaban la esperanza de una nueva era, en la que el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales prevalecieran sobre la represión autoritaria.
Sin embargo, el gobierno respondió con una brutalidad que superó cualquier expectativa.
El 2 de octubre de 1968, el movimiento fue sofocado en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, donde miles de estudiantes se congregaron para protestar pacíficamente.
La intervención del ejército y la policía fue devastadora. El número exacto de muertos sigue siendo un misterio hasta hoy, pero lo que quedó claro fue la determinación del régimen por silenciar cualquier voz disidente.
Este acto de represión extrema dejó una cicatriz imborrable en la historia del país y en la memoria colectiva de los mexicanos.
A pesar del dolor y la injusticia, el movimiento de 1968 dejó un legado invaluable: reveló las fisuras del sistema autoritario y sembró las semillas para futuras luchas por la democracia en México.
Aunque el gobierno de entonces intentó silenciar el movimiento estudiantil, su espíritu de lucha no se apagó. Décadas más tarde, el 68 sigue siendo recordado como un símbolo de resistencia contra la opresión y una inspiración para aquellos que buscan un México más justo y equitativo.